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Liria

¿Mal humor luego de una clase de yoga?


Siempre oimos que el yoga nos proporciona un estado de paz, serenidad, armonía con lo que nos rodea. Que la respiración aquieta los pensamientos. Que al estirar y hacer espacio en el cuerpo, las terminaciones nerviosas se verán beneficiadas y funcionarán mejor ayudando a calmar el sistema nervioso y otorgándonos mayor bienestar.

Todo eso es verdad.

Sin embargo, no debemos olvidarnos que la práctica del yoga busca conectar cuerpo, mente y espíritu. Se transforma entonces en una oportunidad invalorable para encontrarnos con nosotros mismos; para mirar hacia adentro; para detenernos un momento y ver qué está pasando ahí donde no se puede ver con los ojos físicos pero sí con los del alma. Hay un tesoro por descubrir y en el camino hallaremos de todo. Habrá ramas caídas que pasaremos fácilmente; habrá montículos de tierra que parecerán amenazantes pero que, con paciencia y perseverancia podremos superar; habrá agua clara y fresca para beber a veces. Pero también encontraremos barro, pozos profundos que darán miedo de tan solo verlos. Algunos días, al mirar el cielo que está sobre nuestra senda, lo descubriremos límpido, claro, despejado y brillante. Otros, estará gris triste, gris oscuro apesadumbrado y hasta negro desalentador. Hay que tener coraje para pasar por todo eso; pues habrá de todo durante la práctica. Nos encontraremos descubriendo nuestras resistencias y necedades. Si estamos atentos y presentes, nos toparemos con nuestra tozudez, con nuestro apego y quizás escuchemos nuestra mente parlotear con críticas y ese bla, bla, bla que nos aleja del presente…Entonces, volviendo al comienzo, es probable que alguna vez al salir de una clase percibamos cierta incomodidad, inquietud o una especie de malestar cuyo origen no podemos dilucidar. ¿Es eso malo? ¿Es porque hice algo mal? No, en absoluto. Es parte del proceso y, si sabemos aprovecharlo, obtendremos algún dato revelador sobre nosotros mismos. Esa es la joya, en realidad. Quizás podamos ver nuestra otra cara, la que desconocemos. Un rostro sereno, paciente cuya existencia ignorábamos. O, una mirada dura, estricta que no podíamos percibir hasta ahora.

Observemos atentamente y respiremos con eso que encontremos, aceptándolo con una actitud genuina.

Vayamos a la práctica abiertos, dispuestos, sin expectativas. Entregados. Para dejar que todo suceda, simplemente.

 

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