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  • Liria

Yoga para niños: ponernos a prueba


Con sus manitos pequeñas pero ya fuertes, tomó el picaporte, mi miró desafiante y enojada. Abrió con esfuerzo la puerta y salió del salón.

Tuly tenía seis años y sabía perfectamente cómo romper reglas, llamar la atención y buscar el límite. Pasaba de la alegría al llanto desconsolado con asombrosa rapidez y ambas emociones se veían igualmente genuinas en sus hermosos, vivaces ojos marrones. Al revés de lo que sus padres creían, Tuly fue mi maestra durante todo ese año. Era el taller de yoga para niños. Mi misión: despertar en ellos ese lugar de calma que todos llevamos dentro y el amor por el yoga.

Juntas pasamos por todas las etapas. Desde el abrazo tierno y compasivo a decirle que podía elegir no venir más; desde sentarla en mi falda y hacer juntas las posturas a sentarla en una silla para que dejara trabajar a sus compañeros; desde sonreírme, divertirme y cantar con ella a enojarme. Mi yoga, mi Mindfulness, estuvieron así a prueba. Me encontré cara a cara con mis debilidades y mis resistencias; con mis virtudes y mis incapacidades. Tuve que bucear muy dentro mio para encontrar mi propio lugar de calma. Cada clase, un desafío; cada clase, una lección... para mi.

A veces se aburría, logró confesarme finalmente, y eso estaba muy bien. Claro que podía aburrirse en mi clase! Yo también confesé.

Hacia fin de año, llegamos a un acuerdo. Cada vez que Tuly sintiera que se aburría, me lo diría y yo le daría una mandala para pintar. Esa sería su actividad en ese momento. Sellamos el trato mirándonos a los ojos y estrechando nuestras manos.

Unas clases más tarde, se acercó y me dijo:

-Estoy aburrida.

-Bien.-busqué mi mochila y le di el papel prometido. Sacó sus lápices y fascinada se puso a pintar. Mientras tanto yo seguí la clase con el resto del grupo. Hacia el fin de la clase, en el momento en que dedicamos un tiempo para agradecer, la felicité por haber cumplido con el trato. Luego, cada uno se dispuso a ordenar y a ponerse el calzado para poder salir. Tuly se me acercó y me dijo:

-Vos también cumpliste.

Chocamos las palmas en señal de aprobación mutua.

El último día de clase, espontáneamente dijo frente al grupo que no se sentía bien por haber interrumpido la clase tantas veces durante el año. Luego, tomó una postura de meditación y afirmó:

-Hoy quiero quedarme así toda la clase. Cerró sus hermosos ojitos y se puso a respirar conscientemente.

Yo también respiré profundo. Inhalé y al exhalar, sonreí agradecida.

Finalmente, las dos habíamos logrado aprobar ese año.


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