– “Fue muy fuerte. Muy fuerte.” – dijo con lágrimas en los ojos al finalizar la clase de yoga.
– “Antes iba a misa. Ahora vengo a yoga.” – agregó, cuando pudo aclarar su garganta para que las palabras salieran de su corazón.
Conmovida, sin dudarlo, me acerqué y la abracé agradecida. Y en el silencio del abrazo, una energía de bienestar nos rodeaba a las dos. La gratitud llenó mi pecho. Era un gracias no sólo a sus palabras, sino a la vida, al yoga y a mi amada escuela Hastinapura. En ese instante, recordé las palabras de mi profesor Jorge Dellino, ¡un grande!, cuando nos dijo en segundo año: “La práctica tiene que ser un acto religioso.” Me dio terror, pánico. ¿Cómo podría yo lograr eso? ¿Qué encontrar en mi para poder crear un clima semejante? Lo veía imposible, como un desafío con letra mayúscula, al cual difícilmente podría llegar algún día.
Y ahí estaba yo ahora, varios años más tarde, con mi alumna emocionada, viviendo en cuerpo y alma el yoga en su total plenitud. Su entrega, su presencia durante la práctica, habían dado como fruto la manifestación del yoga en todo su esplendor. Yoga experimentado como lo que es: unión de cuerpo y alma.
¿Había logrado yo transformar la clase en ese acto religioso?
Uno de los símbolos que conforman el escudo de la escuela Hastinapura es una caña vacía. Una caña vacía es en definitiva un canal. Canal. Esa fue la palabra clave. Ser un canal fue el objetivo que me había propuesto al recibirme. Se reveló anti mi todo claramente entonces. No se trataba de encontrar algo en mí, como creí entender cuando el profesor nos lanzó aquella frase que me atormentó durante tanto tiempo. Sino, todo lo contrario. Se trataba de desaparecer yo, como ego, como individuo, de la práctica y transformarme en un canal por el cual Dios, la energía, el Universo, como quieran llamarlo, hiciera de lo suyo.
Ahí estaba mi alumna conmovida y yo presenciando lo maravilloso del yoga.
¡Gracias Jorge! Gracias a mis profes Alejandra Campolongo y Esther Popovich. Gracias Hastinapura. Gracias a mis alumnos de los cuales sigo aprendiendo.
Y como digo siempre: ¡Gracias Yoga!