Las rosas del jardín estaban hermosas así que decidí llevarle algunas a mi mamá. Me acerqué al rosal y disfruté de su belleza para luego elegir qué rosas cortar. Me tomé bastante tiempo y luego comencé a observar de dónde era mejor tomar las ramitas para no pincharme. Las estudiaba atentamente: esta tiene espinas muy grandes a esta altura, esta otra parece tener un espacio mayor entre espina y espina…y así…La imagen de tantas espinas era bastante intimidante, sin embargo, yo no podía dejar de admirar la belleza de cada flor y embelesarme con su perfume. De algún modo sabía que “perro que ladra no muerde”. Sabía que detrás de tanta agresividad, su esencia era tierna y dulce. Sus espinas eran solo una pantalla para asustar. Y la recompensa de acercarme más a ellas era lo suficientemente valiosa como para dedicarle tiempo, armar la estrategia y hasta correr el riesgo de fallar y lastimarme.
Todo ese trabajo rindió sus frutos y encontré el punto exacto. Les pedí perdón y las corté una a una. Luego las llevé a la cocina y me dispuse a prepararlas sacando sus espinas y armando un ramo. Mientras lo hacía me observé a mí misma, como testigo, desde afuera. Me ví tomándome tanto trabajo, dedicación y paciencia. Absorta en mi tarea; quería hacerla bien. Y me pregunté entonces por qué no hago lo mismo ante una persona agresiva. Por qué no me tomo ese mismo trabajo de observar y elegir con cuidado cada paso a tomar. O, lo que es peor, por qué saco mis propias espinas sabiendo que entonces ya ninguno de los dos podremos acercarnos. ¿Por qué olvido la rosa y solo veo las espinas? Quizás es lo que hacemos algunos. Dejarnos asustar por las espinas del otro, sentir nuestro ego amenazado y desatar el impulso, sin cuidado, hasta pincharnos y sangrar para luego echarle la culpa… a las espinas.
¿Por qué no vemos la rosa que sigue estando ahí todo el tiempo?
Dios está en todas las cosas. Dios está en todo lo que ves. En el jazmín y en las rosas. Y en las espinas también…..volvía a resonar en mi cabeza esa canción de la escuela de yoga.
Como sea que entiendas el concepto de Dios, te comparto esta enseñanza:
“Difícil de alcanzar es el Yoga (aquí entendido como Unión con Dios) para quien no tiene al ego disciplinado. Mas, para quien lo tiene en disciplina es asequible el Yoga mediante la adecuada dirección de su energía.” Así es la enseñanza del Bendito Señor Krishna (una de las representaciones de Dios) en el Bhagavad Gita, libro sagrado del hinduismo, capítulo VI, sloka 36.
Que tengamos la sabiduría, la claridad de ver la esencia en los demás y distinguirla de la caparazón que, al fin y al cabo, todos armamos para protegernos. Trabajemos para que nuestro ego se haga a un lado y nos permita ver con claridad. Hagamos el esfuerzo, tomémonos el tiempo para descubrir que hay partes de la rama donde no hay espinas y que nos permiten acercarnos para disfrutar la bendición de su perfume.