
Era la hora en que los árboles lloran y los pájaros comienzan a cantar. Con paso ágil y enérgico, transitaba el sendero. Un pie tras otro se presentaban ante mi vista, una y otra y otra vez.
Sentí algo caer sobre mi cabeza y subí la mirada. Eran las lágrimas que los árboles derramaban en esa hora tan temprana. Parecían estar lamentando el fin de la noche. Fantaseé que sus almas habrían estado libres a la luz de la luna andando quién sabe por dónde, viviendo historias alocadas. Y ahora, ante las primeras luces del día, por algún maléfico conjuro, debían volver a esclavizarse dentro de esas gruesas cortezas, con ansias de ser libres una vez más.
El sonido de mis pasos se fue aquietando a medida que llegaban a mis oídos diferentes melodías. Chirridos, gorjeos, trinares se hacían más intensos y, sin darme cuenta, mis piernas se movían lentas para que no me perdiera el concierto. Era un festejo. Embriagada por la naturaleza misma, tambaleaba al observar cruzar las aves de un lado al otro de mi camino. Contentas de haber logrado su cometido con el canto y de haber encontrado su pareja para compartir el día. Estelas verdes, amarillas y ocres se dibujaban ante mis ojos. La alegría de las aves contrastaba con la tristeza de los árboles que seguían humedeciendo la tierra. Los eternos opuestos de la vida - pensé. Y me alejé sin advertirlo del lugar, como pasa siempre que la mente interrumpe, recreando antiguas escenas donde había pasado en un instante de plena dicha a la más desgarradora de las experiencias.
Mi cuerpo, instintivamente rechazando el mal recuerdo, necesitó estornudar y bruscamente me obligó a llevar mi mirada nuevamente hacia el horizonte. Sorprendentemente, ya no existía. Cielo y tierra eran lo mismo. Sin diferencias, sin distinciones. Mi instinto me llevaba hacía allí. Curiosa, seguí avanzando. La humedad, engañosa, acariciaba mis brazos y me tomaba de la mano asegurándose de que no decidiera volver. Misteriosamente el concierto había terminado y el silencio se hacía hueco a medida que me acercaba a la neblina. Tenía la certeza de que me fundiría en ella; mi forma desaparecía por completo y ya no se sabría si yo era ella o si ella era yo. Y me pregunté, qué importancia tendría. Los sabios dicen que somos uno con el universo. Si yo desaparecía, ¿qué diferencia habría?
Inhalé profundo y al exhalar, todo simplemente fluyó.
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