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En el Refugio


Era el momento de la relajación final. Recostada sobre mi mat comencé a guiar ese recorrido detallado del cuerpo con palabras cuidadosas que inducen a relajarse y aflojar. Comencé por los pies, subiendo por las piernas y ya a la altura de las caderas decidí volver a sentarme para poder observar si el abdomen de mi alumno subía y bajaba tranquilamente o si podía advertir alguna intranquilidad o algún movimiento automático, como rascarse la nariz, arreglarse el pelo; o quizás ese movimiento de alguno de los dedos de los pies o de las manos que indica que la persona no se ha aquietado aún. De algún modo, a veces la mente no nos permite relajarnos, o ese instante de intimidad con nosotros mismos tal vez nos incomoda, o simplemente nos resistimos a quedarnos en la inmovilidad.... Seguí observándolo sin dejar de estar en contacto con mis propias sensaciones. El poner el foco en el otro a veces nos hace perdernos en el otro y desconectarnos de nuestro momento presente. Así que, con atención plena, lo observé y me observé. Estaba cansada y claramente mi cuerpo me pedía volver a recostarse. Con esta mayor consciencia de mi misma, tomé la decisión de permanecer sentada y volví a llevar el foco a mi alumno y a su momento presente.

Decidí guiar una larga relajación. Su cansancio era notorio. Lo había notado repetidamente durante la práctica. Ahora su cuerpo se iba relajando sobre el suelo y la inmovilidad iba apoderándose de él. La tierra ejercía amorosamente su fuerza de atracción y él se entregaba confiado a ella.

Cuando sentí que era el momento apropiado, entré en el silencio. Dejando ahora que la práctica hiciera lo suyo. No hacían falta más palabras. Toda esa energía que habíamos movilizado durante más de una hora comenzaría a sanar lo que hacía falta sanar.

En cierto modo, me sentí más libre y mis ojos se fueron apartando de él para recorrer el lugar. Noté que el sol ya se había ido y que podía sentirse una suave brisa que comenzaba a ponerse húmeda sobre la piel. El silencio entre los sonidos era magia para mis oídos. Y entre silencio y silencio llegaban como rumores las voces de algunas aves nocturnas. La noche se percibía perfecta. Unas luces pequeñitas comenzaron a encenderse y apagarse sobre el pasto. Los bichitos de luz; que trajeron inmediatamente hermosos recuerdos de mi infancia. Se me ocurrió que eran almas curiosas que se acercaban a ver la mejor parte de la práctica.

Las ramas de los árboles se mecían al compás del canto de la aves. Y yo no quería irme de ese lugar. Ni de ese momento.

Chandra, la luna, se había escondido pero las estrellas decidieron iluminar el cielo humildemente, si es que la palabra humilde cabe para una estrella. No había diferencias entre nosotros dos, seres humanos, ni tampoco con el entorno. La energía era claramente la misma. ....En mi recorrido por el salón, se cruzó la imagen del reloj. Qué lástima. No quería interrumpir ese momento....Toqué el cuenco de todos modos y supe, por su cantar, que no eran mis manos quienes lo tocaban. Todo estaba en armonía.

El yoguín ya relajado, respondiendo a las consignas que indicaban volver de a poco al movimiento, se sentó lentamente con ojos cerrados y observé satisfecha, de nuevo con mi atención puesta en él, una sonrisa que brillaba en su rostro.

El OM surgió naturalmente en sincronía con los silencios y los sonidos de ese Refugio que es mi espacio de Gracias Yoga.

Juntos reverenciamos desde el corazón.

¿Qué otra cosa podíamos hacer más que reverenciar y agradecer?


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