por Liria

27 de ene de 20233 min.

Un espejo para mirarte

Dedicado a Elisa

El yoga nos ayuda a conocernos mejor. Esta disciplina milenaria trabaja en forma profunda, desde afuera hacia adentro. A través de movimientos conscientes, de posturas y de traer la mente al cuerpo, nos vamos encontrando con nosotras mismas. Dije traer la mente al cuerpo y lo repito una y otra vez en mis clases. ¿Dónde está la mente?- quizás te estés preguntando. ¿No está acaso en el cuerpo? ¿No la llevamos con nosotras a todos lados? Parecería que no es tan así. Cuántas veces en la clase de yoga todas estamos extendiendo el brazo derecho y se ve que una en el grupo está extendiendo el brazo izquierdo. El grupo ya está de pie pero hay alguien que aún está en la postura del niño. Podemos preguntarnos entonces dónde estaba la mente de esas yoguinas en el momento en que la guía indicaba cambiar de postura o cambiar de lado. Claramente su cuerpo estaba en la clase, pero su mente no.

Era mi época de practicante. Tomaba clases con Elisa, profe amorosa si las hay. Brindaba sus clases con amor desinteresado. Nos guiaba con su voz serena, suave. Elisa transmitía armonía y una sensación de equilibrio y estabilidad emocional.

Recuerdo mi frustración por no llegar a tocarme los dedos de los pies con mis manos. ¿Qué había pasado conmigo? Hacía ya mucho tiempo que había abandonado mis prácticas y el cuerpo ahora me mostraba claramente las consecuencias. Mi espalda estaba endurecida, mis hombros tensos y doloridos. Mi respiración entrecortada a veces. Recuerdo el momento de la relajación final, ahí donde hay que quedarse inmóvil recostada sobre el suelo, con el cuerpo flojo, ojos cerrados. "Inhalo paz, exhalo serenidad", nos invitaba Elisa. Y yo no podía lograr que mis párpados se quedaran quietos. Parecían temblar y no encontraban paz.

Cuando la clase finalizaba y aún estábamos sentadas en el suelo, ya con los ojos abiertos, Elisa nos miraba una a una y nos preguntaba cariñosamente: ¿Cómo están? ¿Están bien? Yo contestaba en modo automático SI... ¿Estaba bien? Cuál había sido mi registro durante la práctica? Mi cuerpo a gritos me indicaba que algo no estaba bien. Este no poder dejar de mover los párpados, esta imposibilidad de permanecer en la quietud, la sensación de estar dura como una piedra. Mi mente sólo se centraba en comparar lo que antes podía hacer y lo que ahora no. No sabía leer lo que el cuerpo con mayúsculas escribía sobre la mat. Solo aparecían los juicios que calificaban mi práctica. Esto me sale, esto no. Y antes podía...bla, bla, bla. Y en ese parloteo, la mente me quitaba el registro más importante. ¿Cómo estoy por dentro? ¿Quién estoy siendo hoy? Y en esa danza de críticas, exigencias y reclamos, la mente se alejaba del cuerpo, para tener su propia charla con la que se entretenía durante la clase. Mi cuerpo se quedaba solito en el salón.

La práctica de yoga es como un espejo. Ahí puedo verme con claridad. Las sensaciones intensas, la forma en que armo y desarmo las posturas, el ritmo con el que me muevo, mi respiración, son todos reflejos de mi forma de ser y estar en mi vida ahora. Viéndolo así, es un valiosa oportunidad de estar conmigo misma y de invitar a mi mente a acercarse con una actitud amorosa, dispuesta a aceptar, sin resistencias ni juicios, cómo estoy hoy.

Como nos preguntaba Elisa, te invito entonces a que la próxima vez que estés sobre tu mat, te hagas la pregunta: ¿Cómo estás? ¿Estás bien?

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